Nunca son fáciles. Estas desubicado y un poco fuera de lugar. Miras alrededor en busca de alguien que conozcas pero nunca hay nadie. Te sientes observado pero es que realmente la gente te observa. Un soplo de aire frío recorre tu nuca y debes decirte a ti mismo que no existe tal soplo, que solo son nervios.
Nombres y caras, caras y nombres, apenas alcanzas a decir el tuyo una y otra vez que no eres capaz de procesar los de los demás. Es la liturgia del primer día.
Con una sonrisa saludas, besas, das la mano… solo espero que no me sude. Imagina la primera impresión que te llevarías de alguien si después de haberte dado la mano tuvieras que secártela con una toalla. El nuevo suda. Jaja.
Si tienes suerte han pensado en ti y te han buscado una mesa y un ordenador, probablemente la silla ya sea otro tema; si hay alguna libre será la peor de todas porque no hay nadie que no haya comprobado las sillas que quedaban libres antes de escoger la suya, por tanto prepárate a sufrir de espalda hasta que algún veterano abandone el barco.
Y luego está el trabajo. Nunca hay trabajo el primer día. Solo presentaciones y saludos que duran diez minutos a lo sumo. ¿Y que haces las otras 7 horas y 50 minutos? Si no sabes distraerte vas a necesitar mucha paciencia.
Lo mejor de todo es que solo hay un primer día… y acaba terminando.