El viaje más importante de mi vida, a día de hoy, ha sido Tailandia. Y el rincón más precioso y olvidado en el que jamás estuve fue una playa en la isla de Koh Phan Gan.
Un remanso de paz único, todavía rozando el territorio virgen. El primer lugar de verdad en el que sentí que la vida occidental que llevamos es intrascendente y un rodeo enorme para hallar la felicidad, incluso me atrevería a decir que nuestra sociedad del bienestar nos empuja a la autocomplacencia, al conformismo, a contentarnos con la alegría de un ascenso laboral cuando existe la posibilidad de navegar el río Mekong y viajar en el tiempo a culturas antiguas y muy capaces. Solo nos dan migajas de alegría. La vida son los pequeños detalles; un mojito al atardecer, cenar pescado fresco, tumbarte a leer en el porche del bungalow y dormir hasta la salida del sol. Desperezarte cada mañana con un baño en el mar, mientras todo el mundo todavía duerme, cuando los peces remueven la arena despertando y los más noctámbulos llegan a casa. Empaquetar las cosas y seguir costa arriba en búsqueda de otro lugar inolvidable.
La vida, mi vida, se basa en esos detalles. Entrar en el agua, zambullirte, hacer unas brazadas mar adentro hasta que la arena ya no toque nuestros pies. Darte lentamente la vuelta y contemplar la playa. Bendito espectáculo; Dos montañas se yerguen altivas a cada lado de nuestra visión panorámica, una visión adormecida, seducida por la postal. Infinidad de pinos cubren todos y cada uno de los centímetros existentes de las montañas. Los frondosos abetos se entremezclan con las palmeras que asoman sus largos brazos sobre las aguas turquesas, formando un entrelazado difícil de fronterizar. Tejido verde oscuro y verde claro unidos en un nuevo pantone. Miles de envidias forestales que se habían alargado durante siglos, quedan atrás para reescribir la historia, una historia donde se abrazan y mecen juntos. Y entre tanta verdura, una sinuosa y aristocrática línea de arena, arena sensible a su sentido estético, que comprende, cuál atractiva modelo presumida, que debe estar siempre perfecta y fotogénica. Pequeños detalles marrones, bambúes; acogedores bungalows integrados en el pantone mágico de Koh Phan Gan. Sencillas estructuras levantadas unos 3 metros del suelo por rudimentarios cimientos naturales. Una hamaca en el porche. Dentro una habitación sencilla con cama de matrimonio custodiada por una mosquitera y un lavabo. La mosquitera convierte cada cama en un nido de amor y sexo, cada mujer en objeto de cariño y deseo. La imagen es brutal, ya que parece que la frondosidad de los bosques vaya a desplomarse sobre nosotros, como en una visión en dos dimensiones.
Pasa el tiempo y sigo recordándolo como si fuera hoy. Es la fuerza de un rincón inolvidable. De un paraje que se ganó el recuerdo eterno.
Mis viajes me han demostrado que no hay en todas partes lugares como este. Mi breve experiencia es suficiente para demostrármelo. Mi próximo viaje debe ser entrañable, debe llevarme donde se aúnen la calma y la energía, donde el sol sea el Dios todopoderoso y el tiempo avance lento. Depare lo que depare el futuro, sé que Asia será para siempre mi niña de bonitos ojos. Sé que entre sus playas paradisíacas y sus ciudades sucias y bulliciosas, existirán miles de rincones para la eternidad esperando ser descubiertos.
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