El olor a café impregnaba la habitación.
Por la ventana mirábamos el repicar de las olas, intuíamos
verdades tras cada golpe de espuma sobre la roca, sentíamos
alivio por cada una de ellas que conseguía evitar su destino.
Nuestro silencio era nuestro velamen, el humo nuestros remos.
Ray desvió su mirada hacia la hoja en blanco. La pluma en alto.
De soslayo me miró como excusándose.
Me levanté y lo dejé escribir.
Albert Fabregat
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